Poco representa el estatus social. Ya casi no importan títulos universitarios. El poder adquisitivo se ha diluido en los últimos años como consecuencia de la hiperinflación. La crisis en Venezuela ha impactado a las clases sociales, incluida la profesional y con énfasis en la trabajadora. Han perdido la posibilidad hasta de costear el mantenimiento de parte de sus bienes y cada vez es más cuesta arriba tener un vehículo.
Eugenia* (56), profesora de una universidad en las escuelas de Comunicación Social y Filosofía, tiene un Ford Fiesta 2013 que no funciona desde hace seis meses. Inicialmente, el problemaeran dos válvulas y un sensor que logró pagar con unos euros que su hijo trajo de Holanda. “Ahora, es el rin. Me han robado más de tres veces el caucho de repuesto en mi edificio y conseguir la medida del rin ha sido difícil”.
Cuando no es una cosa, es la otra, dice. “Creo que ya he gastado más en reparaciones que cuando compré el carro”, cuenta esta docente con 33 años de experiencia y miembro de la Fundación Rómulo Betancourt.
Hoy le toca usar diariamente un transporte público tan deficiente como deteriorado. También ha tenido que bajarse del vagón en medio del túnel y caminar por los rieles. “¿Sabes lo peligroso que es eso? Además, las ratas y lo sucio que está todo… Fue la última vez que me monté en el metro”
La profesora vive en la carretera Baruta-El Placer. Se levanta todos los días a las 4:00 am para impartir clases a las 9:00 am, porque más temprano no puede asistir al campus. Logra llegar a tiempo gracias a un autobús escolar que “un señor decidió limpiar y usar, para montar gente y ganar plata. De otra forma, la convencional, imposible”.
Toma tres buses de ida y tres de vuelta, para regresar a su casa cerca de las 7:00 de la noche.
Al igual que Eugenia, Elisa* (57), psiquiatra egresada de la Universidad Central de Venezuela, tiene siete meses sin usar su Yaris 2007 porque “no prendió más”. En ese momento, su vecino la auxilió y ella llevó el auto al mecánico para comprar una batería. Después de unas tres horas de cola, la consiguió por 65 dólares, incluyendo el servicio.
Pensó que había resuelto el problema, pero comenzaron “unas vibraciones”. A los días fue al taller y le dijeron que tenía que cambiar el tripoide y que además el amortiguador delantero estaba dañado.
“No puedo comprar ambos, hacerle cambio de aceite, baterías… En fin, mantener el carro porque los precios están dolarizados y mi consulta no pasa de 4 dólares al cambio”. La doctora también trabaja en una universidad pública de Caracas, donde brinda consultas a los alumnos.
La casa de estudios ofrece servicio de transporte para la gente que labora en el campus, y así Elisa aprovecha “hacia donde vaya ese autobús para que me deje, primero, en la universidad y, después, lo más cerca posible de la clínica o de mi casa”.
Más de 1.000 dólares debe desembolsar la familia de María Lucía* para reparar su carro. La Hyundai Santa Fe 2008 cumple 8 meses estacionada en la casa por problemas en la caja, la batería y los cauchos. “Todo esto sin contar cambio de aceite y alguno que otro detalle”.
María Lucía debe caminar alrededor de 30 minutos para llegar a la parada más cercana. Vive en Colinas de Santa Mónica, en la urbanización Ruta 7, Municipio Libertador. Una subida y una bajada de aproximadamente dos kilómetros cada una separan su edificio de la avenida principal de Cumbres de Curumo, donde llegan los autobuses.
“Subimos a pie muchas veces. Otras, con suerte, nos ayuda algún vecino que vaya por el camino”. La joven de 22 años estudia en una universidad privada de Caracas. Para llegar temprano a clases, debe esperar a que alguien salga de la urbanización y la lleve a un punto predeterminado, para que, posteriormente, la pase buscando un compañero del salón.
Desde hace un año y medio Ricardo* tiene el carro dañado. Dice que “el problema era el arranque”, y que cometió “el grave error” de ir a varios mecánicos. “Todos dijeron cosas distintas y el carro quedó peor. Ya ni recuerdo cuánto gasté, con todo los ceros, la reconversión…”
Asegura el joven de 22 años que su mamá antes de irse, hace casi dos años, le dejó un dinero que tenían ahorrado, para comprar repuestos y reparar el Aveo 2011. El muchacho se los entregó a su vecino, quien se convirtió en su “mecánico de confianza”. Cambiaron las piezas necesarias y pensaron que habían arreglado el problema.
Había otra falla: la caja del automático estaba dañada, pues la palanca de cambios se había trancado. “El carro estaba ‘encangrejado’, me dijo mi vecino cuando abrió el capó. Me habían cambiado las piezas que ya tenía por unas más viejas y en peor estado”.
No tiene respuesta de lo que verdaderamente ocurre con su vehículo. Su mecánico de confianza le dice que el problema tal vez sea el aceite de la caja, pero hacer un gasto por algo incierto no convence demasiado a Ricardo.
Sin embargo, entiende que los insumos necesarios “son cada vez más caros e imposibles de comprar”.
Por eso, desde la última revisión, su carro sigue estacionado en su casa, “abandonado” en Coche, Municipio Libertador, y con los cuatro cauchos espichados.
*Todos los nombres son seudónimos de los entrevistados.
Fotos: Alejandro Benzecry
FUENTE:
http://efectococuyo.com/economia/tener-carro-en-venezuela-una-meta-cada-vez-mas-cuesta-arriba/
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